La tarde gris cae sobre el cemento, al mismo tiempo que
la cruz de Malena cae sobre sus hombros, fuerzas simultáneas en un mismo cielo
de madera.
Madera de artista dicen
que tenía la pobre Malena. Desde pequeña fue la gitana con la voz más preciada de
la comunidad y sus padres los vendedores ambulantes más orgullosos de la
provincia.
Es difícil encontrar
alguien del barrio que no recuerde aquellas noches de Semana Santa en las que
Malena cantaba saetas a la virgen del Rosario.
Ahora, sin embargo las
mujeres que la vieron crecer, bajan la cabeza y el tono cuando pasan por su
lado, como para no asustarle, con una mezcla extraña entre la indiferencia del
dolor ajeno y la nostalgia por lo que algún día fue.
Tan sólo los niños chicos
se acercan a ella, para tocarle por un segundo y volver corriendo al grupo,
como parte de su juego o atrevimiento.
Malena permanece sin
expresión, ni habla desde que su Miguel, se fugó de la provincia, dejándola abandonada
una mañana a tres días del enlace previsto.
Para entonces Malena había
ensayado todas y cada una de las siete bulerías que cantaría en su boda. Sus
primas, habían preparado el ajuar con sábanas de franela para el invierno y su
padre, tenía encargado un enorme cordero para la caldereta del convite.
Cuando le dieron la
noticia, la expresión de su cara cambió para envejecer veinte años de golpe. No
podía creer como Miguel le había hecho semejante barbaridad, también conocía la
ley gitana y sabía que una mujer rechazada y abandonada por un hombre rara vez
volvía a recuperarse.
Todos los gitanos de la
zona anduvieron en busca de Miguel durante las semanas siguientes a su fuga, pero
el joven gitano no dejó ningún rastro para hallarle, se marchó de madrugada en
su furgoneta sin alardes ni premeditación.
Pronto el ojo por ojo se
dio la mano de los justos por pecadores y toda la familia de Miguel fue
desterrada de la comunidad sin preguntar si quiera.
Malena miraba por la
ventana como la hermana más pequeña de Miguel cargaba bultos a duras penas en
un coche viejo mientras la madre lloraba desconsolada maldiciendo a su hijo. En
aquel momento, no tuvo ningún sentimiento de pena.
Unos dicen que Miguel huyó
al monte, otros que se enamoró de una prostituta búlgara y hoy en día, aún se
escucha que viajó hasta Galicia para convertirse en un poderoso
narcotraficante.
Malena pensó durante
muchos días los motivos de la fuga, pero todos sus esfuerzos fueron en vano. Quiso
buscarle, vengarse de él con sus propias manos y ampliar así su campo de
batalla, pero las fuerzas no le dieron para salir de su casa ni para hablar con
nadie.
Toda la familia comenzó a
presionar a Malena, debía de hablar, sus primas le visitaban cada día,
bombardeando su habitación con preguntas e historias que no le interesaban. Sus
padres querían que volviera a cantar y le sacaban a la calle a rastras para
exponerla a conversaciones con el resto del barrio. Malena se oponía a ello,
pero la presión era cada vez mayor.
Una noche decidió poner
punto y final a un lenguaje forzado que ya no era el suyo. El corte fue
profundo, y los médicos de guardia no pudieron hacer nada para salvarle la
lengua.
Hoy Malena sigue viviendo entre
madera mientras pasan los años. Muda y ausente, tampoco mira a los ojos de la
gente, porque aunque no todas las tardes den miedo, siempre mienten.